Así que Santa tendría que empezar con Australia, Japón y países cercanos y continuar hacia el Oeste y para así poder entregar los regalos en la misma noche.
Partieron. Luego de unas semanas en Canarias, tomaron la ruta hacia el oeste. El viaje ya duraba semanas y no se veía sino mar, sin la menor señal de tierra.
Evidente mente, habían formado otro remolino hacia el norte, que, según podía observar, era muy fuerte pero no estaba en mi rumbo, que era hacia el oeste.
Sucedió tal y como lo había previsto, pues, apenas la corriente se puso hacia el oeste, los vi meterse en sus canoas y alejarse con la ayuda de sus remos.
La tierra, que estaba bastante elevada, se extendía un largo trecho del sudoeste hacia el oeste y, según mis cálculos, estaba a no menos de quince o veinte leguas de distancia.
Al final de esta caminata, llegué a un claro donde el terreno parecía descender hacia el oeste y donde había un pequeño manantial de agua dulce que brotaba de la ladera de una colina cercana hacia el este.
Cuando crucé el valle donde estaba el emparrado, divisé el mar hacia el oeste y como el día estaba muy claro, pude ver una franja de tierra, que no podía decir con certeza si era una isla o un continente.